Si repasamos más de veinte años de movilización climática, hay dos temas que saltan a la vista: la obstinada falta de voluntad de los activistas para reconocer cualquier dato científico inconveniente para sus objetivos, y las siempre cambiantes historias favoritas, primero elevadas y luego dejadas de lado. La única constante: la obsesión por asustar al público, lo que a su vez ha dado forma a malas políticas climáticas.